viernes, 6 de enero de 2012

Vivencias

“Hay placer en los bosques sin caminos,
Hay éxtasis en las orillas solitarias,
Hay compañía donde nadie pisa,
Cerca del profundo mar y de su rugido musical;
No amo menos al hombre, sino más a la Naturaleza”.

Lord Byron

Me asomo a la ventana y miro caer la noche lenta y sin prisas, que me invita plácidamente a la contemplación. EL cielo, teñido de un naranja incandescente, va tornando hacia los más variados tonos de grises y azules. En tanto,  los últimos rayos del sol  se filtran insolentes entre  nubes de algodón, que se deslizan perezosas en el horizonte.
Hay un agradable olor a tierra mojada que va inundando el aire, y el  rocío ilumina de chispeantes puntos de luz la hierba fresca que rodea la casa. EL terreno empinado  se desliza impaciente y abrupto, buscando el mar, como un manto verde salpicado de flores silvestres,  que poco a poco se van desdibujando entre las primeras sombras. Remolonean  ya  la perdiz y el conejo, buscando el abrigo seguro. Las aves vuelven a sus nidos. El silencio avanza.
 A mis espaldas, el aliento  fresco del viento en las copas de los árboles se mezcla con el sonido del mar, y  ambos, a coro, parecen componer una extraña melodía que penetra en mis oídos y me desborda el alma.
Los últimos rayos del sol ya han desaparecido tras el horizonte, y  dan paso a un cielo transparente y azul que, abrazándose al mar,  se va tachonando de estrellas, como celebrando un esperado encuentro. A un lado,  las montañas se ciernen erguidas en sombras, cual silenciosos  guardianes vestidos de negro.   Las  casitas del valle van sembrando de luces diminutas  la oscuridad que avanza, y me recuerdan a  luciérnagas volando tímidas, en la quietud de esta noche recién estrenada.
Magia. Hay magia en la infinita indolencia y reposo de la naturaleza. Hay una extraña conjunción de olores, sonidos y colores. Hay una armonía que supera todo lo conocido y provoca en mí una exaltación de emociones y sensaciones. Extiendo las manos, percibo el aire fresco y puro en mi piel, cierro los ojos y me parece sentir el salobre del mar en la boca, a la vez que el fresco aroma de la hierba húmeda invade mis sentidos.
El silencio me habla, el mar me arrulla y la brisa me acaricia. Mi espíritu se eleva en la perfección de este instante. Siento, imperceptibles, unas lágrimas que se deslizan en mi rostro, pero  no quiero moverme. Las dejo resbalar, inmóvil, temo quebrar este encanto que trasciende los límites de tiempo y espacio. Hay tanta belleza, que duele. Hay tanta emoción, que desborda.
Amo esta soledad tan concurrida, esta belleza sin vanidades, esplendorosa en su perfección e  incomparable en su grandeza. Este silencioso canto a la vida en el que una sombra de más o una luz de menos, hubieran podido mermar la inacabable plenitud de este momento.
 Me digo que  si la felicidad existe, debe semejarse mucho a la perfección de este instante  que quisiera apresar entre mis dedos, retenerlo en un puño y guardarlo para siempre….Pero, sólo puedo, con impotencia, contemplar cómo lenta e  inexorablemente, se va escabullendo  en el tiempo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario