viernes, 6 de enero de 2012

Otoño

Equinoccio de septiembre, hadas del otoño saludan tu llegada, te acercas en silencio con la mirada lánguida, el murmullo acompasado y un acorde de baladas que salen a tu encuentro.
Llegas distante y sereno, y llamas a la calma. Remembranzas umbrías asomándose en mi cielo y un soplo de aire fresco, me delata tu presencia. Te enmarañas  en mi pecho como una enredadera, agitas mis cabellos y te cuelas insolente en las rendijas de mi puerta. Te recibo, viejo amigo.
Llegas en las aves que surcan este cielo, buscando presurosas nuevos horizontes. Ellas emigran igual que mis anhelos. Tú llegas  despacito, en silencio,  susurrando en el viento, colgándote en las ramas de los viejos robles,  madurando los  castaños que te acogen con ternura. Los pétalos al viento y las gotas de rocío salen a tu encuentro, y  tu presencia aletargada  acaricia los colores que, reverentes, se apagan a tu paso.
 Tú llegas, y tiñes  mi paisaje de grises y de ocres, y  una sombra de nostalgia deslizándose en mis ojos, deshace los retazos de un verano   que se aleja presuroso  anhelando primaveras.
Otoño, de mi vida y de mis años, de mi calle y mi paisaje, hay algo en tu presencia que llena mi alma de emociones encontradas. Cadencias  de amor y miedo; de encuentro y despedida. Eres un viejo amigo que retorna  y un preludio de invierno que se vuelve escarcha.
Estás aquí de nuevo, compañero de las sombras largas. Tú tocas a mi puerta, y yo celebro tu llegada; tú convocas los fantasmas y me hablas de  recuerdos y nostalgias bienvenidas; yo te cuento mis silencios y mis últimas tristezas, mientras  juntos dibujamos pinceladas de este tiempo que, lentamente, también nos  deja.

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