viernes, 6 de enero de 2012

Roma

Roma…siempre mágica, increíble, seductora.
Roma y sus calles, sus cafés, su magia descolgándose de las farolas, de las callejuelas, de sus plazas abiertas a una belleza exultante que desborda los sentidos.
Roma fue para mí, caminar la historia paso a paso, tropezar con los nombres que cabalgan en la memoria de mi  infancia y  adolescencia. Fue  el arte y la belleza conjugados desde el suelo al cielo, en un despliegue único y seductor donde la arquitectura marcaba presencia, provocando emociones y sensaciones, en un diálogo permanente entre el hombre y su entorno.
Roma fue el  hambre insaciable por ver, recordar, comprender y aprehender la historia, fue una indescriptible emoción renovada en cada plaza. Fue la belleza en su más pura expresión dibujada en cada uno de sus rincones, la música de su lengua susurrando en mis oídos, el murmullo de las voces en las fuentes,  el tacto de  mis manos deslizándose en las piedras y un sabor inconfundible de una noche de otoño, en un restaurante cualquiera  por las calles de Piazza Navona.
Roma, cómo describir el mágico encanto entre  bohemio y seductor de Piazza Spagna?  O el desborde emocional  que me embargaba en  la Capilla Sixtina? Cómo explicar la monumental escala de ese Coliseo imponente y majestuoso? Con qué palabras explico la magia inacabable de tus calles, la elegancia de tu Vía dei Condotti, tus escaparates, y el eterno deslumbramiento que provoca la irreverente belleza que emana desde lo pequeño a lo grandioso en cada una de tus cosas…?
Roma fue para mí, arte y bellezas indescriptibles, un dolor en la nuca, una emoción en el pecho y un recuerdo imborrable que permanecerá siempre intacto en mi vida.
Diría, ya para terminar, que si alguien me pidiera una definición, de corte emocional, que sintetizara en una palabra lo que mis recorridos favoritos han dejado en mí, lo expresaría así: Austria me enamora, España me seduce e Italia me conquista.

Vivencias

“Hay placer en los bosques sin caminos,
Hay éxtasis en las orillas solitarias,
Hay compañía donde nadie pisa,
Cerca del profundo mar y de su rugido musical;
No amo menos al hombre, sino más a la Naturaleza”.

Lord Byron

Me asomo a la ventana y miro caer la noche lenta y sin prisas, que me invita plácidamente a la contemplación. EL cielo, teñido de un naranja incandescente, va tornando hacia los más variados tonos de grises y azules. En tanto,  los últimos rayos del sol  se filtran insolentes entre  nubes de algodón, que se deslizan perezosas en el horizonte.
Hay un agradable olor a tierra mojada que va inundando el aire, y el  rocío ilumina de chispeantes puntos de luz la hierba fresca que rodea la casa. EL terreno empinado  se desliza impaciente y abrupto, buscando el mar, como un manto verde salpicado de flores silvestres,  que poco a poco se van desdibujando entre las primeras sombras. Remolonean  ya  la perdiz y el conejo, buscando el abrigo seguro. Las aves vuelven a sus nidos. El silencio avanza.
 A mis espaldas, el aliento  fresco del viento en las copas de los árboles se mezcla con el sonido del mar, y  ambos, a coro, parecen componer una extraña melodía que penetra en mis oídos y me desborda el alma.
Los últimos rayos del sol ya han desaparecido tras el horizonte, y  dan paso a un cielo transparente y azul que, abrazándose al mar,  se va tachonando de estrellas, como celebrando un esperado encuentro. A un lado,  las montañas se ciernen erguidas en sombras, cual silenciosos  guardianes vestidos de negro.   Las  casitas del valle van sembrando de luces diminutas  la oscuridad que avanza, y me recuerdan a  luciérnagas volando tímidas, en la quietud de esta noche recién estrenada.
Magia. Hay magia en la infinita indolencia y reposo de la naturaleza. Hay una extraña conjunción de olores, sonidos y colores. Hay una armonía que supera todo lo conocido y provoca en mí una exaltación de emociones y sensaciones. Extiendo las manos, percibo el aire fresco y puro en mi piel, cierro los ojos y me parece sentir el salobre del mar en la boca, a la vez que el fresco aroma de la hierba húmeda invade mis sentidos.
El silencio me habla, el mar me arrulla y la brisa me acaricia. Mi espíritu se eleva en la perfección de este instante. Siento, imperceptibles, unas lágrimas que se deslizan en mi rostro, pero  no quiero moverme. Las dejo resbalar, inmóvil, temo quebrar este encanto que trasciende los límites de tiempo y espacio. Hay tanta belleza, que duele. Hay tanta emoción, que desborda.
Amo esta soledad tan concurrida, esta belleza sin vanidades, esplendorosa en su perfección e  incomparable en su grandeza. Este silencioso canto a la vida en el que una sombra de más o una luz de menos, hubieran podido mermar la inacabable plenitud de este momento.
 Me digo que  si la felicidad existe, debe semejarse mucho a la perfección de este instante  que quisiera apresar entre mis dedos, retenerlo en un puño y guardarlo para siempre….Pero, sólo puedo, con impotencia, contemplar cómo lenta e  inexorablemente, se va escabullendo  en el tiempo.

Otoño

Equinoccio de septiembre, hadas del otoño saludan tu llegada, te acercas en silencio con la mirada lánguida, el murmullo acompasado y un acorde de baladas que salen a tu encuentro.
Llegas distante y sereno, y llamas a la calma. Remembranzas umbrías asomándose en mi cielo y un soplo de aire fresco, me delata tu presencia. Te enmarañas  en mi pecho como una enredadera, agitas mis cabellos y te cuelas insolente en las rendijas de mi puerta. Te recibo, viejo amigo.
Llegas en las aves que surcan este cielo, buscando presurosas nuevos horizontes. Ellas emigran igual que mis anhelos. Tú llegas  despacito, en silencio,  susurrando en el viento, colgándote en las ramas de los viejos robles,  madurando los  castaños que te acogen con ternura. Los pétalos al viento y las gotas de rocío salen a tu encuentro, y  tu presencia aletargada  acaricia los colores que, reverentes, se apagan a tu paso.
 Tú llegas, y tiñes  mi paisaje de grises y de ocres, y  una sombra de nostalgia deslizándose en mis ojos, deshace los retazos de un verano   que se aleja presuroso  anhelando primaveras.
Otoño, de mi vida y de mis años, de mi calle y mi paisaje, hay algo en tu presencia que llena mi alma de emociones encontradas. Cadencias  de amor y miedo; de encuentro y despedida. Eres un viejo amigo que retorna  y un preludio de invierno que se vuelve escarcha.
Estás aquí de nuevo, compañero de las sombras largas. Tú tocas a mi puerta, y yo celebro tu llegada; tú convocas los fantasmas y me hablas de  recuerdos y nostalgias bienvenidas; yo te cuento mis silencios y mis últimas tristezas, mientras  juntos dibujamos pinceladas de este tiempo que, lentamente, también nos  deja.

Memorias infantiles

Sombras. Sombras que se alargan, se hunden, se pierden, resurgen. Sombras del pasado que vienen al  presente. Sombras de soledad.
La soledad es un rincón oscuro. Un cubículo cerrado, sin espacio apenas y de escasa altura. La luz se filtra tímida por unas rendijas horizontales, pequeñas y estrechas.  EL cuerpo menudo se acomoda con dificultad, las piernas encogidas, los brazos comprimidos por las paredes estrechas y frías del metal. El pecho respira con dificultad, hay olor a ropa…..limpia? (o era sucia?). Ropa de algodón, en fin, desordenada y mal apilada junto a un bolso cilíndrico, blanco y alto. Casi tan alto, como el cuerpo menudo que se encogía a su lado,  cómplices ambos en ese pequeño espacio de tiempo en que soledad, desesperanza, tristeza y desamparo, como cuatro jinetes apocalípticos, cabalgaban rozagantes en el pecho pequeño. Sólo la mano hablaba con soltura sobre un papel arrugado, y contaba los avatares de esa cabalgata.
La soledad habla en silencio. En el silencio de un patio, demasiado grande y demasiado frío, donde el murmullo del viento se cuela sibilante por las galerías. En el silencio de una capilla, sin voces ni órganos ni coros. En el silencio de los brotes trémulos, que asomados a  las ramas, anuncian el resurgir de la vida, cuando la primavera se acerca.  En la ausencia de las voces queridas.
La soledad se viste de negro. Negro, como el hábito de las monjas. Negro, como ese cielo sin luna ni estrellas, asomándose tímido  entre las rejas de un trozo de ventana, en la cabecera de una cama fría e inhóspita. Negro, como el firmamento que atraviesa el patio a las seis de una mañana invernal, que se resiste a amanecer. Negro, como la sotana del cura que recita en latín, la misma misa inacabable de todos los días. Negro, como la ausencia.
La soledad huele a rancio. Rancio como el  olor a sudor en las ropas de las monjas. Como el olor de las aulas vacías. Como el confesionario, donde el hombre sin rostro oía, entre paciente y aburrido, los secretos infantiles, y murmuraba de tanto en tanto, frases poco inteligibles. Rancio,  como la ternura infantil que caduca  en  tanta espera.
La soledad es una mancha oscura y viscosa que se desliza sigilosamente. Son voces que no llegan, miradas vacías. El hogar ausente.  Madre, cómo te extraño. Madre, cuánto te necesito. Padre, dónde estás? Esas paredes demasiado altas para tan  poca estatura, tan  grises que recuerdan lápidas de cementerios. Ventanas estrechas, demasiadas rejas y  demasiado  altas. Imposible volar. Vuela entonces  la imaginación. Vuela la mano sobre el papel. Vuela, mi niña pequeña, serás alondra cantando en los bosques, serás gaviota buscando el mar. Serás errante viajero buscando un  lugar en el mundo.

Anhelos y nostalgias

Volver a la infancia,
Desandar caminos
Y encontrar de nuevo el  abrigo cálido
Del abrazo infinito
Devolver la sonrisa a mi rostro ajado
 Iluminar mis ojos con luces de estrellas
 Y encontrar de nuevo
La inocencia perdida.
Recuperar los viejos sonidos lejanos
 La voz de mi madre llamando a la mesa
 La risa y el llanto de mi hermano pequeño
Y encontrar otra vez
Las viejas cadencias
Que acunaban mis sueños.
Hadas de mi infancia,
Duendes juguetones
Y  magos insolentes
Asomando entre las sombras del jardín umbrío
En cuyo seno
Un trozo de mi vida se quedó prendido.  
Retazos de infancia
Mecidos por el viento
Remembranzas lejanas del niño que fui
Pesada nostalgia del hombre que soy.
Sueños y quimeras surcaron el camino
Y mi rostro es hoy
Una página escrita
Por la pluma del tiempo
Con algunos renglones torcidos.